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jueves, 16 de enero de 2014

De desayuno y guay



Como si de la última página de un suplemento dominical se tratase, voy a escribir aquí cual es mi desayuno ideal (normal) y por qué es tan importante el desayuno:

-Tostadas de tomate y aceite
-Café con leche cargadito
-Zumo de naranja (si hay naranjas y si hay ganas de exprimir) sin pulpa (si hay ganas de colarlo, generalmente no porque no me planifico y se me enfría el café y las tostadas, así soy yo).

Todo lo que se refiere a la preparación dura unos 5 - 10 minutos, y bajo ningún concepto está aderezada con la televisión. La mañana significa la máxima capacidad esponjística (de esponja, no sé si se escribe así) de mi coco, todo entra mejor, así que prefiero evitar las noticias agrias y las tertulias inútiles (y los programas sobre el arte románico de la 2). Por eso pongo música, y no seré el único. Música guay para momento guay. 

Y luego, en el proceso de comer, masticar, tragar y todas estas actividades necesarias para la nutrición matinal (así como las demás) me gusta leer un poquillo, porque como ya he dicho, todo entra mejor, y a veces se ven cosas escandalosamente claras. 

El proceso de recoger es el más triste, porque significa que empieza el día de verdad y más me vale hacer cosas productivas. Esto, por supuesto, se refiere a los días en los que el tiempo no tiene su incómodo dedo metido en mi preciado culo y mi tostadora funciona. 

Mi conclusión es que el desayuno es importante porque es guay y porque puedes estar un momento tranquilito detrás de la línea de salida y aprovechar ese momento con cosas guays. 

Tras esta disertación estúpida y egocéntrica (y sobre todo inútil para usted) procedo a plasmar una de las cosillas que se suelen leer en los desayunos (nótese la paradoja):

"En realidad el insomnio es como un sueño, pero sin sueño. En el insomnio comparecen ansiedades que durante el día estuvieron arrinconadas; proyectos todavía inmaduros que necesitan cálculos, previsiones, ajustes; culpas recién instaladas en la conciencia.
Reconozco que no soy un cliente asiduo del insomnio, pero cuando éste me alcanza, la noche se convierte en una incómoda mazmorra. Los ruidos de la calle (bocinas, frenadas, breves tiroteos, cantos de borrachos, truenos, tamboriles) invaden mi habitación sin el menor escrúpulo. Cuando el alboroto proviene del propio edificio (taladros eléctricos, rock and roll, jadeos amatorios) cierro los ojos pero los oídos permanecen abiertos y aquella baraúnda me eriza los pelos o me dispersa los arrepentimientos.
Hay quienes cree que los insomnios deben ser encarados como exorcismos, pero mi pasado racionalista no puede aceptar esa interpretación. La variante más entretenida de esas noches pálidas es ek hijo sonámbulo (ocho años) de mi amigo Vicente, quien con una habilidad que por cierto no despliega en la vigilia, va esquivando las butacas, el paragüero, las mecedoras, y se detiene indefectiblemente frente a la ventana con la Cruz del Sur. Él, por supuesto, no la ve. A la mañana siguiente, durante el desayuno, el padre le pregunta: "Antonio, ¿con qué soñaste anoche?" Y él responde sin titubear: "Con automóviles de fórmula 1".
Mis mejores insomnios ocurren cuando estoy tranquilo, con la digestión bien hecha, sin mala conciencia, y me dedico entonces a dibujar (imaginariamente, claro) gacelas, ciervos y gamuzas, en el manchado cielorraso.
En mi insomnio favorito comparece a menudo un catálogo de maravillosas mujeres: anatomía conocida con rostro inventado, fisonomía seductora con cuerpo abrazable. Miro a mi derecha, pero allí mi mujer duerme como una bendita.
Con el tiempo he ido creando mi técnica personal para combatir insomnios. Cuando me acuesto, dedico diez o quince minutos a la atenta lectura de algún fragmento del Evangelio apócrifo de San Bartolomé, y de inmediato una soñera incontenible se me instala en la arruga de los párpados. Presumo que es el aporte solidario del viejo Morfeo, el cual, según Ovidio, siempre acude con adormideras y alas de mariposas."
Mario Benedetti, "Insomnios y duermevelas".

Y ahora venga, todo el mundo a hacer cosas guays.

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