Y luego está la infancia, el mar. Las tardes de luz cazando
cangrejos, corriendo y gastando la energía que nos sobraba. Por mucho que
avance el progreso, sólo queda en mí el recuerdo en blanco y negro, la
plenitud perdida, el vaivén de una extinta orilla que borra las huellas de
aquello que se nos escapó.
Dejo un poema de Vicente Gallego que me gusta bastante en honor a la noche de ayer y a lo que me queda de fin de semana:
LA RAZÓN EBRIA
(LSD-25)
A Miguel Ángel Velasco y Angelika Neitzke
Desatada del cuerpo vuela el alma
en la unánime noche abolida del tiempo,
y en esta breve duración
de una modesta eternidad ya mía,
por la remota senda de la sangre
a un lugar he llegado
de congoja en la paz donde ya he sido,
donde aún debo ser, donde estoy siendo,
donde el severo círculo se ablanda
del ojo fatigado dulcemente
y un aceite lustral unge las cosas.
Porque quise apelar
a este grave licor que a la más descarnada
vigilia nos somete de la carne,
en un río de luz de acometida fiera
va borrándose el norte,
y otro norte despunta en la bárbara estirpe
de esta hiriente emoción
que es la humana zozobra.
Revelación ninguna aguarda aquí
a quien por ella vino, sino ésta sencilla:
nuestro misterio somos,
la marea inquietante en que naufraga
nuestra confusa idea de nosotros.
Para saber de mí he llegado a un mundo
donde más y mejor me desconozco.
Y sólo hay salvación en este empeño
de ser como la rama que, feliz,
borracha de su savia poderosa,
florece ante un barranco sin pensar
que su fruto ha de ser para el abismo.