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jueves, 3 de julio de 2014

De desiertos y sombreros


No soy un Cowboy. Cualquiera que me conozca sabrá que no tengo costumbres ni rasgos de un americano del medio oeste, que no sé nada de vacas ni lazos y mucho menos sé cómo funciona un Winchester del 73. Tengo un sombrero marrón, de alas cóncavas, parecido al de Dean Martin en Río Bravo, pero ya está. Bueno, supongo que Dean Martin no compró el suyo en el mercado. En fin. Lo que intento decir con esto es que no soy un Cowboy. Pero termina el curso, terminan los días laborales, el deber en esa faceta tan rígida que nos impone el intervalo de Septiembre a Julio... Y me gustaría por un momento ser un Cowboy. Quiero que se entienda Cowboy, cómo no, como figura idealizada por los filmes de John Ford, John Wayne (peregrino) o James Steward, no aquel mariquita metropolitano de Jon Voight (qué cruel). Ya sabéis. Cowboy de postureo. Con todo lo que ello conlleva. Con todo ese desierto. Con todo ese camino por recorrer y con la idea de que no tiene por qué ser recorrido. Con la certeza de que en la próxima diligencia aparecerá Claudia Cardinale, y si no en la siguiente. Con el dinero justo para ir tirando. Quiero que se entienda el concepto de Cowboy y que se le despoje de todo aquello que no sean atardeceres y brújulas rotas. Da igual el lugar, la franja horaria y las isobaras. Sólo importa la seguridad de haber elegido y el contemplar, desde la rama de un árbol, el camino que queda por recorrer. Terminan los horarios y mi cabeza monologa en términos revolucionarios.
Pero no soy un Cowboy, por ahora. Y encima curro.