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martes, 1 de octubre de 2013

De sombras que me linchan en noches de sábado


Las mujeres y las armas


I
Bailabas junto a mí canciones viejas,
antiguos éxitos de algún verano
que escucho por azar. Para el recuerdo
ningún guardián tan fiel como la música.
Yo era un niño asombrado por tu cuerpo,
pero llegó septiembre a separarnos.

Me abordaste de nuevo en la ciudad
más alta y maquillada, en sus rincones
perdimos la inocencia como un guante
lanzado con descaro a los demás.
Con el paso del tiempo representas
los cines de reestreno y la pasión.
No pudimos cumplir los veinte juntos.

Me tentaste después de otras maneras,
y tomabas las formas más extrañas.
Aprendí ciertos juegos a tu lado,
el frío que amenaza tras la fiesta,
y algunos trucos, casi siempre sucios,
para fingir calor antes del alba.
Empezaba a pensar que no existías.

Te acercaste de nuevo, por sorpresa,
en un pequeño bar de facultad,
nos amamos despacio y con asombro.
Estábamos cambiados y creí
que no te irías más de mi universo.
Hemos sido felices estos años.

Y ahora regresas otra vez, hermosa,
desconocida y joven como siempre,
tentando todavía al desaliento.
Regresas otra vez para que entienda
que te he perdido ya, que sigo solo.




II

Lo expresa una palabra: desencanto.
Ningún dolor concreto o abandono,
más bien esa actitud que a su partida
el dolor nos contagia:
cierta desconfianza y un asombro
extraño ante la dicha.
Que en el amor no sean
las palabras tan sólo lo gastado,
pues como en un poema que pretendo feliz
y me traiciona, en él he perseguido, siempre,
algún final más digno a sus comienzos.
En la desposesión que se repite
ya lágrimas no encuentro,
una resurrección, ninguna muerte
pudiera todavía emocionarme,
pues somos la costumbre del fracaso.

Pero yo sé que habrá, de vez en cuando,
algún modesto obsequio de los días:
alcohol y noches, tangos, libros, cuerpos,
o quizá el verso hermoso que hoy me huye:
escudo ante las llamas, armas blancas
contra el devastador ejército del tiempo.

Vicente Gallego




Vueltas y vueltas y vueltas, pero parece que ya se detiene todo, aunque con el mareo y la resaca de antaño. Aún no he conseguido dar el salto que quisiera, y creo que así estaré un tiempo. Como techo por las noches, veo fantasmas. Las calles no son las mismas. Ni siquiera tengo el reloj en hora. 
Me sobran un par de lastres. Me falta. 
Aún espero esa Murcia afilada y gris de febrero.

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